Enfermedades cardiovasculares

Enfermedades cardiovasculares: Principal causa de muerte en Panamá

De acuerdo a estadísticas mundiales, las enfermedades cardiovasculares (ECV) son la principal causa de muerte y cobran la vida de muchas más personas que otra enfermedad.

En Panamá, de las 19 mil 482 muertes en 2017, la enfermedad cerebro vascular cobró mil 667 víctimas; mientras que por la enfermedad isquémica del corazón se reportaron mil 623 fallecidos, siendo estas las principales causas de muerte en el país.

Cifras del Censo Nacional de Salud Preventiva evidencian que la hipertensión, las dislipidemias y la obesidad son factores de riesgo y enfermedades precursoras para las enfermedades cardiovasculares, que a su vez son un problema de salud pública.

Insuficiencia cardíaca

¿La insuficiencia cardíaca se puede prevenir?

El síndrome de insuficiencia cardíaca es considerado un problema de salud pública tanto en países desarrollados como aquellos en vías de desarrollo.  Panamá no escapa de esta realidad mundial. 

La magnitud del problema se debe principalmente a su alta tasa de morbimortalidad y a sus altos gastos de salud,  relacionados en primera instancia, a su tratamiento en etapas avanzadas y a programas de trasplante cardiaco. 

Así, por ejemplo, el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica ha estimado que para el año 2030, su gasto anual relacionado a insuficiencia cardiaca alcanzará los 160 millones de dólares.  En Reino Unido, se ha estimado que el 2% del presupuesto del Servicio Nacional de Salud, corresponde a los costos relacionado a insuficiencia cardiaca. 

Latinoamérica es una región heterogénea con países desarrollados y no desarrollados con factores de riesgo particulares para el desarrollo de insuficiencia cardiaca: hipertensión arterial, fiebre reumática y enfermedad de Chagas. El escenario socioeconómico desigual en Latinoamérica invita a tomar medidas de prevención y de tratamiento racional acordes a la realidad de nuestros pueblos. 

Su concepto se define como un síndrome clínico complejo, secundario a alteraciones en la estructura o función cardíaca que deterioran la capacidad del corazón de llenarse de sangre durante la diástole o bombear la sangre al resto del organismo durante la sístole. De ahí que exista insuficiencia cardíaca con función sistólica preservada con función sistólica disminuida.  

Según la teoría neurohormonal de Milton Packer, la insuficiencia cardiaca progresa porque sistemas neurohormonales activados por la injuria inicial al corazón ejercen  efecto perjudicial sobre la circulación. Este efecto se presenta porque la activación neurohormonal incrementa las anormalidades hemodinámicas de la insuficiencia cardiaca o porque tal activación ejerce un efecto tóxico directo sobre el miocardio.

Su clasificación funcional fue desarrollada por la New York Heart Association en 1964. Este sistema de puntuación, que ha perdurado en el tiempo, documenta la severidad de los síntomas del paciente basado en actividades de la vida cotidiana.

La insuficiencia cardiaca se asocia con una significativa reducción de la actividad física y mental de forma progresiva, resultando en una calidad de vida notablemente disminuida y que en muchas ocasiones decae de manera abrupta por hospitalizaciones secundarias a episodios de descompensación agudos de la enfermedad (FIGURA 1).

La principal causa de insuficiencia cardiaca en el mundo y en nuestro país es la enfermedad coronaria. En nuestro medio, no es despreciable el número de personas portadoras de insuficiencia cardiaca secundaria a hipertensión arterial de larga evolución, a patologías valvulares por enfermedad reumática del corazón y a malformaciones cardiovasculares de origen congénito no tratadas oportunamente en la infancia. 

¿Es posible prevenirla? Pues, efectivamente, sí se puede prevenir. La principal medida de prevención es la educación del paciente en reconocer sus factores de riesgo cardiovascular y adoptar estilos de vida saludable. Es por ello que, todo paciente con factores de riesgo cardiovascular debe contar con la asesoría de su médico de atención primaria, quien además, de manera oportuna, coordinará su evaluación especializada si existiesen síntomas o signos.

Los objetivos del tratamiento son principalmente disminuir los síntomas y las hospitalizaciones; mejorar la capacidad funcional y la calidad de vida; y, prolongar la supervivencia de los pacientes. Las guías de manejo actuales describen medidas no farmacológicas basadas en dieta y actividad física; y medidas farmacológicas basadas en la teoría neurohormonal para cumplir estos objetivos de tratamiento.

Posiblemente, el trasplante cardiaco es la última alternativa terapéutica cuando la insuficiencia cardiaca se encuentra en fase terminal.  Sin embargo, no todos los pacientes pueden ser trasplantados. A nivel mundial existe un marcado desbalance del binomio donante-receptor principalmente por escasez de donantes; además, el seguimiento post-trasplante requiere de personal altamente calificado. 

En los últimos años, ha sido una tendencia mundial el desarrollo de clínicas de insuficiencia cardiaca para el manejo multidisciplinario basado en guías terapéuticas tanto para el paciente ambulatorio como el paciente hospitalizado. 

Múltiples estudios clínicos han demostrado reducción significativa de hospitalizaciones por causa cardíaca y no cardíaca con la implementación de clínicas de insuficiencia cardíaca, lo cual representa una reducción de los gastos de salud relacionados a insuficiencia cardíaca.

Riesgo Cardiovascular

Riesgo Cardiovascular y Ejercicio

Existe en la cardiología del deporte el concepto de “muerte súbita en atletas”, relacionada a patologías congénitas, estructurales y eléctricas que conlleva a un riesgo cardiovascular en la mayoría de los individuos menores de 35 años; y relacionada a enfermedad coronaria precoz en la mayoría de los individuos mayores de 35 años. Por tal motivo, la detección de factores de riesgo y la prevención de eventos toma papel básico. 

Si bien es cierto que numerosos estudios científicos demuestran una relación entre reducción de mortalidad cardiovascular y actividad física, no es “un traje a la medida” de todo individuo “sano” o “enfermo”. 

El ejercicio incrementa la capacidad de función cardiovascular y reduce la demanda de oxígeno a cualquier nivel de actividad en personas sanas y más aún en sujetos con enfermedad cardiovascular. 

La evaluación médica previa a una actividad física depende principalmente del tipo de actividad física a practicar por el individuo. En la actividad deportiva competitiva que requiere de entrenamiento sistemático para lograr el máximo rendimiento físico, existen recomendaciones de expertos de diferentes grupos médicos y asociaciones deportivas, según disciplina deportiva.

Lo que la gran mayoría de las personas practican, es la actividad física informal, siendo una ocupación de tiempo libre y dirigida a una mejor condición de salud: “Mente sana, cuerpo sano”.

Las sociedades americana y europea de cardiología han recomendado en los individuos mayores de 35 años que inician actividad física, la realización de una prueba de esfuerzo en hombres mayores de 40 años y en mujeres mayores de 50 años, si son portadores de al menos un factor de riesgo cardiovascular modificable, con la finalidad de establecer pautas de detección de enfermedad coronaria precoz, con un nivel de evidencia científica donde los beneficios de la prueba de esfuerzo, superan los riesgos potenciales de la misma.

Al momento de iniciar actividad física informal, lo más importante será: mantenerse en la práctica segura; conocer nuestras limitaciones; y, evaluación médica apropiada.